LO
FEO
COMO
CATEGORÍA ESTÉTICA
“…El hombre es muy proclive a la imitación y adquiere sus primeros conocimientos por imitación; y también le es connatural el complacer a todos con las imitaciones. Y prueba de ello es lo que ocurre con las obras de arte; e incluso las mismas cosas que vemos en la realidad con desagrado, nos agrada ver logradas como imágenes en la manera más fiel; así ocurre, por ejemplo, con las formas más repugnantes de bestias y con los cadáveres”.
“Lo feo”, la fealdad, como lo bello, lo sublime o lo
grotesco, como lo pintoresco, lo patético o lo trágico, es una categoría
estética que sirve para clasificar y definir una realidad, un pensamiento y una
experiencia estética propia[1].
En su sentido estético, pues, la categoría de lo feo
aparece, en primer lugar, como lo que
carece de belleza y hermosura. Se muestra así como “en negativo”; por oposición a, lo opuesto a, lo contrario a la
hermosura y la belleza. Como una “privatio” de lo bello. “El infierno de lo
bello”, que dice algún autor.
Pero lo feo no es sólo una “privatio” de lo bello, lo
“no-bello”. Aunque casi siempre con
referencia a las notas de la belleza, la fealdad parece como algo con
características propias. Lo feo es lo informe
(sin forma), sin luminosidad ni
claridad, sin armonía, desproporcionado,
desmesurado, desmedido o sin tamaño
adecuado, sin medida.
Porque es informe, poco armonioso, desproporcionado o
desmedido, lo feo resulta desagradable, produce
desaprobación, no complace y no gusta. Quizás es, por esto, que la
Estética moderna considera que lo feo, ante todo, como el predicado de un
juicio expresa un sentimiento de disgusto,
de repulsión y de rechazo.
La fealdad, como la belleza, es percibida básicamente por
la vista. Una buena música es
percibida gracias al oído. Los olores –buenos o malos-, los sabores –buenos o
malos-, una caricia o un dolor los sentimos por el olfato, el gusto o el tacto.
Pero es gracias y a través de la vista
como percibimos que una cosa es bonita y hermosa o es fea. De forma “primaria”,
viendo la cosa misma; o “secundaria”, al reproducir o reelaborar mediante la
imaginación -y “la fantasía”- las imágenes vistas.
La belleza se predica de la naturaleza, del paisaje, de un mar en calma o de un cielo estrellado. E igualmente, de los cuerpos, de las personas y de las cosas. La fealdad, por el contrario, no existe propiamente en la naturaleza. Un paisaje puede ser desolador pero no “feo”. Incluso una tempestad puede ser terrible pero no “fea”. La fealdad se aprecia en los cuerpos y en las cosas.
Lo feo es ante todo una categoría estética relacionada
con los cuerpos, con el cuerpo. El
cuerpo de un ser vivo. Sobre todo, de una persona: de su figura, su cara, sus
ojos… Frente al cuerpo o el rosto de un niño, de joven esbelto o una persona
adulta y sana, la fealdad aparece en el cuerpo enfermo, tullido, deforme,
mutilado…, en el cuerpo decrépito de un anciano. Y es que quizás detrás de la
fealdad del cuerpo -como en el mal olor, el mal gusto o el dolor- aparece
siempre el instinto de supervivencia y la defensa de los seres vivos frente a
la enfermedad y la muerte.
En “las cosas”
la fealdad tiene también mucho que ver con su calidad, sus materiales y su
“estado de conservación”. Las cosas de poca calidad, rotas, deterioradas,
inservibles…, las “mal hechas” son feas.
Los edificios, las fábricas, un mercado pueden ser
bonitos o feos si están o no bien diseñados, conservados y “limpios”. Pero no
es fácil que sea bonito un matadero de reses o un vertedero de residuos. Los
barrios, las ciudades son bonitas o
feas si están bien ordenados, si la edificación y los espacios públicos tienen
armonía, proporciones y perspectivas adecuadas. Pero son feas si no hay orden,
ni higiene ni calidad urbana en todo ello.
En su grado sumo, lo feo se identifica con lo horroroso,
lo horrendo, lo horrible. También, a veces, con lo monstruoso, lo terrible. O
con lo desagradable, lo repugnante, lo repulsivo, lo repelente, lo asqueroso…
Los cuerpos y las cosas pueden ser feas, pero también
puede ser fea “el alma”. La fealdad
se predica así, en sentido figurado, ligada al mal. Se opone a lo bueno, al
bien. Lo que moralmente no está bien hecho, las “acciones malas” son también
“feas”. Por esto lo feo se relaciona así con lo débil, lo mezquino, lo vil o lo
perverso. Una fealdad “moral”, más allá del juicio estético es un juicio sobre
el bien.
Volviendo a lo estético. Lo feo no es sólo algo “físico”
sino principalmente “cultural”. La
fealdad –como también la belleza- es un juicio de valor estético de las cosas y
las personas según un modelo ideal que la gente tiene y con el que la gente lo
compara. Pero ese modelo es cambiante, cambia con el tiempo; a lo largo de la
historia y con las civilizaciones y culturas. Por esto lo que en una cultura o
en un momento histórico es feo, en otro no lo es; incluso es bonito; y lo que
era bonito antes, ahora puede ser feo o horrible. La fealdad depende incluso de
la religión, la ideología, la clase social… y, por supuesto, “de la moda”.
Los filósofos
no han dedicado mucho tiempo a pensar en la fealdad. Quizás Plotino o San
Agustín, quizás Nietzsche; y en el siglo XX Sartre, Foucault, Adorno o Lyotard.
En todo caso, y por supuesto, mucho menos tiempo que en la belleza. Pero la
literatura y el arte sí que se han interesado por la fealdad. Los escritores, desde Homero y Aristófanes
hasta Kafka o Camus han retratado lo feo. La lista de autores sería larga: Dante,
Boccacio, Rabelais, Montaigne, Sade, Víctor Hugo, Dickens, Baudelaire, Zola,
Poe… Todos estos y otros muchos han escrito sus poemas y relatos describiendo
lugares y personajes llenos de fealdad. Y, por supuesto, los artistas también han sentido muchas
veces la necesidad y la fascinación por la fealdad. El arte aborda la fealdad
de los monstruos, el triunfo de la muerte, la brujería, el diablo y el infierno,
los desastres de la guerra… Representando a los viejos, lisiados, enfermos; los
pobres; “los malos”. Aquí también la lista ocuparía páginas. De artistas bien conocidos;
y de muchos más anónimos. Unas veces ligada al dolor, como en el Laocoonte.
Otras, al horror, como en “La cabeza de medusa” de Rubens o el Guernica de
Picasso.
El arte, cuando presenta la fealdad de forma fiel y
eficaz, “artística”, la redime. Porque la belleza está, no en el objeto
representado, sino en la maestría o la “originalidad” de la obra artística. Es
lo que decía Aristóteles en el párrafo que hemos transcrito al comienzo.
Sobre la fealdad nos parece importante destacar dos
obras. La primera es una obra del siglo XIX, “Estética de lo feo”, de Karl
Rosenkranz, un filosofo alemán del siglo XIX discípulo de Hegel. Fue
seguidor del idealismo de su maestro aunque crítico por sus posiciones sobre la
belleza en la historia del Espíritu. En su obra sobre la fealdad, editada de
1853, Rosenkranz se opone a la frivolidad del arte de su tiempo por su negación
de lo bueno, lo verdadero y lo universal; aunque salva en su crítica a la
caricatura como la mejor manera de sintetizar lo genérico y lo individual del
hombre[3].
La segunda obra es reciente, de 2007, “Historia de la fealdad”, a cargo de Umberto Eco. Eco realiza un seguimiento
histórico del pensamiento, de la literatura y del arte; desde lo feo desde la
antigüedad clásica hasta las vanguardias y la situación de la pintura, la
fotografía, el cine, la televisión o los videojuegos en la actualidad. En su
recorrido Eco describe -transcribiendo textos e ilustrando el libro con
numerosas imágenes- desde el dolor de Cristo y de los mártires cristianos hasta
la fealdad industrial y comercial de nuestros días; pasando por las expresiones
artísticas del manierismo, el barroco y romanticismo; lo sublime, lo grotesco,
lo obsceno; lo siniestro, el sadismo; lo camp o lo kitsch…[4]
Comentando a Adorno en su obra “Teoría estética” Eco se refiere al surrealismo
y el expresionismo como significativo de nuestros tiempos. El arte –dice
Adorno- “ha de apropiarse justamente de lo que es despreciado por feo, no para integrarlo,
para mitigarlo (…) sino para denunciar en lo
feo el mundo que lo crea y lo reproduce según su propia imagen. (…) El arte
acusa al poder y da testimonio de lo que es apartado y rechazado por ese
poder”. Y añade Eco: “Hoy en día todo el mundo (incluidos los burgueses que
deberían estar asombrados y
escandalizados) reconoce la “belleza” (artística) de aquellas obras que habían
horrorizado a la generación anterior. La
fealdad vanguardista ha sido
aceptada como nuevo modelo de belleza”.
Juan Goñi. Febrero 2018
Juan Goñi. Febrero 2018
[1]
Sobre las categorías estéticas puede verse BOZAL, VALERIANO, “Historia de las
ideas estéticas”, tomos I y II. Historia 16. Información e Historia, 1997 y
1998. Del mismo autor junto con otros, “Historia de las ideas estéticas y de
las teorías artísticas contemporáneas”, tomos I y II. La balsa de la medusa.
1996, tercera edición 2004.
Otra obra de interés sobre el tema es la de BODEI,
REMO, “Le forme del bello”, Bolonia 1995. La edición en castellano es también
de La balsa se medusa, Madrid 2008. Sus libros sobre “La filosofía y lo
trágico” o “Paisajes sublimes” analiza estas categorías.
[3] ROSENKRANZ, KARL. “Aesthetik des Hässlichen”
(“Estética de lo feo”). 1853. Edición reciente en Athenaica Ediciones. 2015.
Sobre la obra de Rosenkanz
se ha publicado no hace mucho un libro de RODRÍGUEZ TOUS, JUAN ANTONIO. “Idea
estética y negatividad sensible: la fealdad en la teoría estética de Kant a
Rosenkranz”. Es de Editorial Viejo Topo-Montesinos 2002.
[4] ECO, HUMBERTO. “Storia della bruttezza” (“Historia de
la fealdad”). 2007. Existen varias
ediciones en castellano. Nosotros manejamos una reimpresión, la quinta, de la edición
en DeBolsillo, de 2016.
La cita de Adorno se encuentra
en ADORNO, TH. W. “Asthetiche theoria” (“Teoria Estética”). 1970. Edición en
castellano es de Akal 2004.